Donde quedaron esos pasos que diste hasta encontrarse con los mios?
Donde fueron caminando después de que se separaron de los mios?
A donde quedaron los brotes que sembraste en mi cada vez que me acariciaste?
Por qué no renacen en mi las semillas que me plantaste?
Solo quedaba una llama, una pequeña y minúscula llama encendida aún en mi,
y solo fui a verte para ver que hacías con ella.
No había muchas opciones, la reanimabas o la extinguías.
Optaste por la opción más triste, para mi.
Quizás la mejor ahora para vos.
¿Qué hago con las cenizas que dejaste en mi?
Un amor que alguna vez fue más grande que este universo, una llama que calcinaba todo lo que se le presentaba, un fuego que no paraba de nacer.
Este vacío que dejaste en mi, no me deja lugar a las cenizas de tu nombre, las cenizas de tus huellas, de tu mirada, de tu cielo, tu agua, tu flor. No hay espacio entre tanto vacío para renombrarte.
Y ahi supe que mi dolor es tan profundo, que al pensarte no se me cae ni una puta lágrima.
Fue tanta mi indiferencia al enterrarte al olvido que hasta el diablo quedó estremecido.
Arranqué la última flor de mi pecho, la flor que nos quedaba, lo único en vida de este amor y se las regalé a las cenizas de tu entierro, de tu sepulcro, del punto final de nuestra historia.
Estaba tan fría en mi despedida que Dios se asustó.
Solamente estaba yo poniéndole a tu nada la flor de mi vacío, que tan paradojicamente también sembraste en mi.
Nos miré por última vez. En mis ojos no habia dolor ni pena, no habia amor ni alegrias.
Las rocas a mi alrededor eran más blandas que mi actual corazón.
Nadie lloró, nadie se rió.
Tu ausencia en mi, también se terminó.
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